viernes, 31 de mayo de 2013

Hoy me gustaría compartir con todos vosotros una experiencia que he vivido durante mis dos años de experiencia laboral. Como ya sabéis, la cosa está muy mal. Muchos aceptamos trabajos precarios donde nos esclavizan por cuatro perras, haciendo el trabajo de varias personas y rezando para que tu jefe cumpla por fin esas palabras con las que te alentaba al principio. “Sigue así, que llegarás lejos en esta empresa”, “Me recuerdas a mí cuando tenía tu edad”, “Lo que me sorprende es que estuvieras en el paro tanto tiempo con lo buena trabajadora que eres”. Esas eran unas de las muchas frases que me han dicho mis jefes durante mi vida laboral.
Pues bien, una vez tuve a ese jefe que iba de enrollado, que te preguntaba cómo estaba tu familia, que se preocupaba cuando te veía con cara de sueño y se alegraba cuando te veía trabajar con ilusión. Ese mismo jefe, que no diré nombres ni para qué empresa trabajaba (aunque algunos ya os lo podéis imaginar), era un completo hijo de puta. Sí, así sin más.
Empezamos siendo tres “becarios” como él nos llamaba. A uno le despidió el primer día por preguntar por cómo se pedían las vacaciones. Y, sinceramente, tuvo mucha potra, porque no era consciente de lo que se cocía ahí dentro.
Mi jefe me prometió que escalaría bien alto, que aprendería mucho y que tendría cientos de certificados muy difíciles de conseguir (principalmente porque son caros de cojones), que tenía intenciones de convertirme en supervisora y todo. Vamos, todo era muy bonito, todo era risas y diversión. Mi lugar de trabajo era como los mundos de Yupi. Y yo, que siempre he sido muy desconfiada cuando todo está tranquilo y parece que va todo como la seda, empecé a imaginarme cosas muy feas porque me estaba llegando un tufillo que no me gustaba demasiado.
Y fue entonces cuando me topé con la mierda más grande jamás vista.
Según mi jefe, tendría un contrato de técnico, pero al final me pagaba como si fuera una becaria. Podría haber reclamado, pero ¿qué pasa? Oh, que no me dieron contrato para firmar. Ni me daban nómina. Y me hacía trabajar un chorrazo de horas extra sin ningún incentivo. E incluso los fines de semana. Mi sueldo no era el estipulado y nunca llegó el día en el que me apuntaron a uno de esos certificados tan difíciles de conseguir.
Y resulta que todo eso no llega ahí. Me comentaron que el día anterior a nuestra “contratación” este jefe enrollado había hecho un ERE, despidiendo a toda la plantilla de técnicos. Por lo que les oí ni les había pagado las bajas, ni las vacaciones que no se habían podido pedir ni nada. Cuando estaban enfermos tenían que trabajar como podían desde casa. A una recepcionista la tuvieron que operar la garganta (creo que era amígdalas) porque, al estar pegada a la puerta, la pillaba toda la corriente y cogió tanto frío que se la inflamó la garganta. El jefe no aceptó su baja, de modo que la recepcionista siguió yendo hasta que ya no podía ni hablar. A nosotros nos decía este tipo tan enrollado que estaba de baja, pero en realidad estaban preparando los papeles para despedirla.
Los anteriores técnicos y la recepcionista fueron a juicio varias veces y denunciaron todo esto, pero no sirvió para nada. El jefe ganó todos los casos, pero con esfuerzo. O eso me pareció porque le oí decir que quería abogados mejores y que “su abogado decía que tendría que contratar a alguno de los técnicos, pero que si yo lo hacía les pagaría la mitad y estarían en peores condiciones”.
Por mi parte, cuando me enteré de todo esto, me negué a hacer horas extra, mientras que mi otro compañero sí que las hacía sin rechistar. Al principio decía que era porque tenía asuntos familiares que atender. Luego ya dije directamente que no iba y ni me molestaba en buscar una excusa. A los pocos días, mi jefe me cogió del brazo y me dijo: “Ven, tenemos que hablar”. En su mesa estaban los papeles de despido.¿La excusa? Que no salía rentable. Claro, había dejado de trabajar gratis y eso, efectivamente, es una pérdida.
De todo esto he aprendido varias cosas:
  1. ¿Trabajar gratis por cuenta ajena? No, gracias. ¿Esa empresa se está beneficiando de tu esfuerzo y no se te recompensa por ello? Pues anda y que la peten. No digo que esté mal hacer horas extra (ya en IBM me quedaba muchas tardes y hasta noches haciendo horas extra como favor), pero si ves que ni tan siquiera te recompensan por ello (por ejemplo, dejándote que salgas antes por esas horas extra que has hecho, un incentivo…) no merece la pena. Y si estás de baja o fuera de tu horario laboral y te llaman para trabajar NO COJAS EL TELÉFONO. Estás de baja por algo. Y se acabó.
  2. Nunca te fíes de un jefe que va de enrollado. Nunca. Siempre tiene malas intenciones. Ojo, no hay que confundir el jefe que va de enrollado y el jefe enrollado. Pueden parecer lo mismo pero no lo es. El jefe enrollado es el que te paga las horas extra, que te ayuda si tienes problemas, escucha tus quejas y actúa en consecuencia. El que va de enrollado es el que dice que hace todo eso y, mientras te lo suelta, te mete la apuñalada trapera por la espalda.
  3. Aunque no te guste, siempre, siempre va a haber gente que se aproveche de ti, bien sea un jefe o un compañero que no hace ni el huevo. Haz lo tuyo y luego si ves que la ocasión lo requiere, ayuda a los demás, pero ¿a esa gente? ¡A esa gente no hay que darla ni la hora!
  4. Llévate bien con las señoras de la limpieza. Son las que más conocen a todos. Suelen pasar desapercibidas pero se pispan de todo. Y muchas de ellas hablan demasiado.
  5. Mosquéate si no te dejan firmar tu contrato. Y si ya haces preguntas relacionadas con tu contrato (como cuál va a ser la retención, el número de pagas…) y no tienen ni puta idea de qué les estás contando, mosquéate aún más.
  6. Si algún día consigo ser autónoma (lo dudo porque es caro de cojones XD), tomaré como ejemplo a este señor jefe que va de enrollado. Y haré todo lo contrario. No se puede joder así a tus trabajadores. Al fin y al cabo, son ellos los que están levantando tu empresa.

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